“Lo que más me dolió fue que mi padre murió sin ver la democracia en en Cuba”

Gina Montaner con su padre. Foto: Gina Montaner cedida a La Nueva España
Tomado de La Nueva España
A principios de 2022, Carlos Alberto Montaner, (La Habana, 1943), analista político y escritor, uno de los referentes del exilio cubano en España y Estados Unidos, encomendó a su hija la misión más difícil y dolorosa de su vida: que se encargase de tramitar la prestación de ayuda para morir dignamente, la eutanasia, a la que el intelectual quiso acogerse tras haber sido diagnosticado de una modalidad de Parkinson especialmente agresivo. Gina Montaner, (La Habana, 1960), que sigue los pasos del padre en el periodismo y la literatura, no dudó. Ahora lo cuenta en “Deséenme un buen viaje”, (Planeta), crónica emocional y familiar de una vida marcada por la lucha contra la adversidad y por el amor a la libertad que Montaner profesó hasta el último segundo de su vida. Los Montaner descienden de catalanes, pero han tratado a muchos asturianos en Cuba y Miami, entre ellos a Eloy Gutierrez Menoyo y a la periodista Araceli Perdomo, que fue jefa de Opinión de “El Nuevo Herald”, pariente del alcalde de Oviedo, Alfredo Canteli.
¿Cómo le pidió su padre que le ayudase a morir?Cuando mi padre me pidió que lo ayudara a tramitar la solicitud de eutanasia fue un momento muy duro, pero comprendí que esa era su voluntad y que, por encima de todo, había que respetarla. Me embargaba la emoción, pero resolví acompañarlo y vencer con él los obstáculos que acabamos encontrando en el camino. En los últimos momentos de la vida de mi padre, junto al equipo médico que le realizó la muerte asistida, lo acompañamos mi madre, mi hermano y yo. Mi padre estaba muy sereno y lo último que nos dijo, antes de quedarse dormido y partir, fue “deséenme un buen viaje”. Fue una muerte dulce y poco después recuperó en su semblante la placidez que la enfermedad le había arrebatado. Se había marchado en paz y nos tocaba a nosotros aprender a vivir sin él. Si decir adiós a un ser querido es lo más difícil de la vida, saber que tiene fecha marcada debe conllevar un desgarro indescriptible, ¿Lo entiende así?
Sí, en efecto, acompañar a un ser querido en el proceso de solicitud de eutanasia conlleva el pesar añadido de luchar con esa persona para que se le conceda un día y una hora para una muerte asistida. Con mi padre vivimos un duelo anticipado y eso, además de la tristeza, genera un gran desgaste emocional. Por otra parte, pude compartir mucho con él y fueron meses extraordinarios por el amor y todo lo que nos pudimos decir antes de la despedida.

Dice que cuando su padre le pidió que le ayudase a morir, no le pilló por sorpresa. ¿Qué pasó por su cabeza entonces?
Así comienzo el libro: con mi padre pidiéndome que lo ayudase con el proceso porque era consciente de que necesitaría ayuda para tan complicada tramitación. No me extrañó que me lo pidiera porque siempre defendió el derecho a la eutanasia. Siguió con interés y solidaridad el caso de Ramón Sampedro, pionero en la causa y que murió sin ver la aprobación de la ley, y cuando a él lo golpeó una enfermedad neurodegenerativa no tuvo duda de que quería acogerse a la ley. Fue muy duro para mí porque era mi padre, pero en todo momento respeté su voluntad.
Entre el dolor de una hija y todo tipo de dilemas morales, ¿Cómo logró tomar la decisión?
Desde el momento en el que mi padre me pidió que lo ayudase no dudé porque comprendía sus razones, que eran de peso por tratarse de una enfermedad incurable, crónica e imposibilitante. No tuve ninguna objeción moral, primero, porque, como él, soy una firme defensora del derecho a la eutanasia. Además, nunca perdí de vista que había que respetar su voluntad. Él quería tener una muerte digna antes de que la enfermedad acabara por arrebatarle del todo sus facultades físicas y cognitivas. Ese era su deseo y cumplía los requisitos de la ley vigente, aunque enfrentó dificultades en el proceso que logramos vencer. Nunca me he arrepentido y estoy orgullosa de haber acompañado a mi padre en ese “viaje último”.
¿Qué sentido tiene para usted la enfermedad, en concreto una enfermedad tan cruel como el Parkinson? Si le tocará padecer algo así, ¿tomaría la misma decisión que su padre?
Contra las enfermedades hay que luchar en la medida de lo posible y mi padre lo hizo. Después de que le diagnosticaron el Parkinson, que al final resultó ser una variante rara y más severa (parálisis supranuclear progresiva) él siguió los tratamientos y todo el ejercicio físico posibles para retrasar el deterioro. De hecho, escribió en 2019 sus memorias, consciente de que sería su último libro y encarando la adversidad. Pero el Parkinson, como casi todas las enfermedades neurodegenerativas, tiene un curso inexorable y el deterioro es devastador. Él no quería llegar a ese estado. Si me ocurriera lo mismo, también tomaría esa decisión. Tengo mi testamento vital con mis últimas voluntades y he hablado claramente con mis hijas. Son conversaciones que muchas veces se evitan, pero que son necesarias para que otros no tomen decisiones por uno sin saber a ciencia cierta lo que deseamos y lo que no deseamos en casos extremos.
Nos aferramos a la vida, a pesar de todas las caras B que nos reserva…
Eso es algo muy personal y es lógico el deseo de aferrarnos a la vida. Mi padre era un hombre muy vital. En su caso, podría decir que, por tenerle tanto apego a la vida, quiso marcharse cuando ya apenas podía disfrutar de ella, sobre todo en el aspecto intelectual. Tuvo una buena vida y, de acuerdo a sus principios, quiso un buen morir cuando ya se vio muy cercado por el deterioro.
Montaner se fue sin ver un gobierno democrático en Cuba. Usted era una recién nacida cuando se marchó de la Isla con su madre, ¿Cómo se puede amar tanto a un lugar en el que nunca ha vivido?
Mi padre dedicó gran parte de su vida a la lucha por la libertad en Cuba, a la defensa de las ideas de la libertad. Murió sin ver cumplido su anhelo de una Cuba en democracia. Se marchó con ese pesar. Nosotros somos una familia de exiliados y sobre ello escribo en el libro, que también son unas memorias de la vida con alguien tan relevante con mi padre. Nos ha marcado mucho ese compromiso moral con Cuba. No he vuelto y sólo regresaría cuando haya una transición a la democracia. Me dolió que él muriera en el exilio.
Su padre escribió en 1999 con Álvaro Vargas Llosa el ensayo “Fabricantes de miseria”, asombrosamente actual. ¿Cómo hacía Carlos Alberto Montaner para anticiparse a la historia, ¿tal vez por todo lo que vivió en su juventud?
Sí, la experiencia de la revolución cubana, ese fallido experimento político que muy pronto derivó en una dictadura comunista y vinculada a la ex Unión Soviética, fue para mi padre una lección y el compromiso de defender la libertad. Mi padre, que era un liberal en el más amplio sentido de la palabra (en lo económico, pero también en las libertades sociales), escribió mucho en contra de los populismos, tanto de izquierdas como de derechas. El trauma de lo sucedido en Cuba , que aún no se ha resuelto, le sirvió de hoja de ruta en todo lo que escribió como columnista y ensayista y hasta en su obra de ficción.

¿Se alegra de haber escrito este libro?
Me satisface porque relato la aventura de haberme formado con alguien tan especial como él y también el viaje último para que se acogiera a la ley de eutanasia. Es un libro de memorias, de testimonio y también una historia de amor y de aprendizaje: saber decirle a adiós a alguien a quien amas inmensamente y que desea marcharse.
¿Seguirá la cruzada de su padre por el liberalismo y la libertad en Cuba?
Por supuesto, yo también defiendo la libertad para Cuba y sigo de muy de cerca la lucha de la oposición en la isla y los esfuerzos que hace la prensa independiente con figuras como Yoani Sánchez. Mi compromiso es como cubana exiliada y con el deseo de que al fin se produzca el cambio después de más de seis décadas de dictadura y de tanto sufrimiento para los cubanos.